Soy José Luis Verderico.
Mi inclinación por la escritura comenzó a mediados de los ´70, cuando, siendo apenas un niño que aun no sabía leer ni escribir, mis padres depositaron en mis manos un tesoro: una revista infantil de la época. Aquel maravilloso mundo de papel estaba repleto de ilustraciones y de historias que pude descubrir y saborear con el paso del tiempo y la preparación y la estimulación necesarios. La biblioteca familiar y el diario que llegaba cada domingo por debajo de la puerta fueron enriqueciendo el afán de leer más cada día, hasta que en la adolescencia tuve dos experiencias muy valiosas: fui repartidor de diarios y también atendí un escaparate de diarios y revistas en la esquina de Las Heras y 9 de Julio, lo que amplió mis chances de leer cada día nuevas publicaciones de toda especie. Hasta que García Márquez llegó a mis días de estudiante de la secundaria, y con él, la magia y la belleza de la palabra trabajada y bruñida hasta brillar en cada página y en el interior de cada lector.
La radio es otro de mis amores, así que a los 18 estudié para ser locutor y me sentí muy bien, pero… la palabra escrita pujaba para recuperar aquel espacio iniciático. Gracias al recordado Pedro Requena escribí, en 1993, mis primeras líneas en la ya desaparecida revista Aconcagua de tevé por cable.
Después fue la hora de hacer tevé en Canal 7 hasta que el 9 de octubre de 1995 pisé por primera vez la redacción de Diario UNO, donde trabajo hasta hoy. Las redacciones de los diarios estimulan los anhelos de futuros escritores porque más allá de los temas noticiables y del fragor de la hora del cierre, también se habla de lecturas, de libros, de autores, de novedades, y se recomiendan películas y sitios especializados y todo es un laberinto en el que muchos quisieran ingresar para no hallar la salida nunca más.
Mi primer acercamiento a la escritura de ficción se produjo en 2004, cuando descubrí que me resultaba sumamente valiosa para canalizar las ansiedades propias del inminente nacimiento de mi primer hijo: Joaquín, que llegó a este mundo en 2005. Eran tiempos de armar la biblioteca propia, de recopilar artículos de los suplementos culturales de los diarios y de pensar en recorrer mi propia aventura literaria. Eran épocas de leer a Arturo Pérez-Reverte y de descubrir que también de grande se puede comenzar a escribir ficción, gracias al gran ejemplo del italiano Andrea Camilleri con su Salvo Montalbano.
Un día fui atrapado por Holmes. Sí, el eterno Sherlock Holmes, el investigador de la pipa y la deducción como bandera, habitante por siempre de Baker Street 221B en medio de la niebla londinense, me tomó de las solapas y me inoculó el virus del detectivismo, de las pesquisas y de los casos por resolver barajando diversas opciones y teorías. Así comenzaba a gestarse en mi interior la figura de XiaoMing, pero aun yo no lo sabía. Bocetos, escritos dejados a medias, ideas y muchas anotaciones poblaron sostenidamente los archivos de mi computadora, hasta que llegó la hora de compartirlos con amigos que alentaron mi pretensión de concurrir a un taller literario.
Desde 2014 concurro al Taller de la Palabra de Mercedes Fernández, donde aprendo no solo a escribir, sino también a leer. Borges, Bradbury, Lugones, Gabo, Rulfo y muchos otros se abren paso cada semana en nuestras lecturas y en las ansias por escribir y leer y crear. Publicar literatura es un gran sueño y pude cumplirlo en las antologías del Taller de la Palabra 2015 y 2016. También la participación en concursos literarios es otro camino que comencé a recorrer bajo la consigna de que son botellas arrojadas al mar, con destino incierto pero destino al fin. El detective Ming comenzó a cristalizarse en mi imaginación a fines de 2013. Sus primeras misiones investigativas dieron vida a las historias publicadas en El detective Ming. La sombra y otros casos. Gracias al trabajo de Jimena Díaz Guzmán, Eugenio Carozzo y Samurai Gustav, el investigador adquirió un rostro visible y una imagen que ha despertado cierto interés.
La literatura salva, le escuché decir a alguien alguna vez.
Es cierto. Salva de las horas difíciles, de los acorralamientos, de la
indiferencia y también de las tristezas. A veces suple ciertas ausencias
–aunque la de mi segundo hijo, Tiago, es una ausencia que siempre está conmigo-.
La literatura también tracciona hacia adelante, ya que abre la cabeza hacia
nuevos proyectos a los que les ponemos el cuerpo, el alma y mucho más. Como
este blog. Como el detective Ming. ¡Bienvenidos!
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