No sólo del detective Ming vive el hombre. Conozca otras de mis producciones literarias.
Abracadabra, publicado en Diario Los Andes
http://www.losandes.com.ar/article/abracadabra
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La otra mitad
(Tercer premio del certamen literario del Club Mendoza de Regatas 2015)
http://www.losandes.com.ar/article/la-otra-mitad
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A las siete de la tarde
El director de la
orquesta dedica una reverencia al público, que sigue poniéndose de pie y
aplaude la interpretación. Aquella noche el salón pareció transformarse en una
plataforma de lanzamiento de cohetes espaciales, y muchos presentes llegaron a
sentirse verdaderos astronautas.
…Nine, eight, seven…
La atmósfera creada durante la función por el conteo con
voz robótica y el centelleo lumínico y la música de los instrumentos todavía es
materia de conversación entre la concurrencia, que ahora se dispersa con pasos
tranquilos y manos en los bolsillos rumbo a las reuniones posteriores a la
caída del telón.
…Six...
Un pitido, acaso la bocina de una alarma antirrobo,
imprime un toque de dramatismo en el vecindario justo cuando las puertas de la
sala mayor de la ciudad se cierran hasta el próximo espectáculo.
Aun sobre el escenario, los artistas se felicitan. El
maestro se ha despojado del moño y se echa aire fresco en el rostro y el
cuello, abanicándose con la partitura de Misión
a Marte, la pieza ejecutada hasta hace minutos.
…Five...
…Four…
Se retira el director escaleras abajo y es secundado por
los músicos, cada uno cargando su herramienta de trabajo. Ahí van los
intérpretes de los vientos. Llevan las frentes sudorosas y los pómulos
acalambrados de tanto soplar. Van callados en busca del aire perdido. Les
siguen cinco percusionistas con dos timbales, dos triángulos y la batería. Pide
paso urgente un rezagado con un trombón al hombro de su esbelta humanidad.
El protocolo indica que los violines secundarios pueden
irse después del único cuerno inglés y antes de los doce contrafagotes. Las
reglas están para cumplirse, más aun al cierre de una velada agotadora y al
filo de esta medianoche estrellada como pocas veces.
Nadie presta atención en la ciudad a la advertencia
sonora de que lo inminente va a suceder.
… Three.
… Two.
Ni siquiera el público, aunque muchos se vayan a dormir
soñando qué bueno sería subirse a una nave aeroespacial y salir al universo en
busca de vaya a saber qué desafíos y qué geografías vírgenes de colonizadores.
Pero volvamos al teatro. Los siete violinistas son los
últimos de la fila y la sala queda vacía y muda. Parece detenida en el tiempo.
El arco de un violín está apoyado sobre la silla del intérprete. ¿Lo habrá olvidado?
One. La voz
metálica no se detiene.
El arco está junto al violín. Inseparablemente solos.
De pronto, las luces altas del teatro se apagan y también
mueren esas luciérnagas que ayudan a andar a tientas sin tropezar con nada y
con nadie en pleno show.
Ahora, cuando falta menos de un segundo para lo
inevitable, solo un reflector está encendido, iluminando el escenario, ¡y al
violinista!, que, oh, sorpresa, ha reaparecido y toma asiento, veamos… se pone
el violín sobre las rodillas, toma el arco con la diestra y adopta un gesto de
máxima concentración.
Da un suspiro tan largo que podría escucharse en una
noche cerrada. Veámoslo alzar el violín y sostenerlo con el hombro izquierdo y
el mentón rasurado, como quien arrulla a un bebé. El músico cierra los
ojos.
La mano hábil empuña el arco, y éste pellizca las cuerdas
una vez, dos, tres.
¡Zero! termina
la cuenta regresiva y la música lo envuelve, todo como un tornado.
Y el piso tiembla.
Vibran las paredes.
Y los ventanales resisten un estallido urgente.
Hasta que de las entrañas del escenario brota un chorro
de alta presión que empuja al violinista hacia arriba y lo sumerge en una nube
de fuego y de humo acre, con silla, violín y todo.
Esa fuerza incontrolable termina por lanzarlo al espacio
profundo y desconocido hasta hacerlo desaparecer de las miradas más agudas.
Segundos después, la calma
vuelve a reinar.
La gente duerme y sueña,
mientras el violinista sigue tocando su instrumento sin pausa.
Y flota suavemente.
Va en busca de un sueño llamado Marte, adonde, según sus propios cálculos,
llegará dentro cinco años, ocho meses y catorce días exactamente a las siete de
la tarde.
Tengo un sueño (I have a dream)
-
Anoche
soné con Michael Douglas…
El congreso de soñadores había comenzado a sesionar por tercer
año consecutivo. Cada participante traía consigo la experiencia más fuerte para
compartirla con los demás asociados.
-
…el actor
de cine y televisión. Vestía saco y corbata y estaba tan joven como en las
épocas de Las calles de San Francisco, en los setentas, donde era el ayudante
de un detective con nariz de pimiento morrón, ojos saltones y sombrero gris.
Más allá de revivir aquellas imágenes, muchas gestadas
durante las noches y los amaneceres,
borrosas o absolutamente vívidas y algunas hasta en colores, mudas o no,
el objetivo del cónclave era encontrarles algún sentido o explicación.
-
Me
recuerdo en una especie de… de oficina pública, creo que esperando a ser
atendido, hasta que algo llamó mi atención y cuando miré hacia el pasillo lo
vi: era Michael Douglas. Lo reconocí enseguida.
Michael era el hijo de Kirk Douglas, el actor que para hacer
de espartano –dicen los memoriosos- usaba plataformas en las sandalias para
verse al menos unos pocos centímetros más alto.
-
Michael
Douglas estaba muy enojado y agitaba los brazos de un lado para otro, fuera de
sí, como en esa película, no recuerdo el nombre, donde la amante despechada se
vengaba de él –en verdad del personaje
que él encarnaba- cocinando un conejo, que era la mascota familiar. Apenas se
sentó en una silla giratoria, el actor me miró y me saludó, como si fuéramos
amigos de toda la vida.
El cónclave era famoso en el mundo entero por lo alocadas de
las historias que allí se vertían. Todas salían de las bocas de los
protagonistas por primera vez. Ésa era la gran condición para mantener la
membresía. Nunca antes. O la expulsión.
-
Creo que Michael
Douglas trataba de disculparse conmigo por el mal espectáculo que estaba dando,
y a pesar de que en el lugar había mucha gente yo era el único que lo reconocía
¡siendo él tan famoso! ¡¡Ya está!! Atracción fatal se llama la película. La del conejo hirviendo en la olla por la furia
de la amante rubia.
Cada revelación quedaba registrada en el diario de sesiones
de los soñadores. Esta era la primera vez que uno de ellos interactuaba con una
estrella de Hollywood. La catarata de aplausos coronó la exposición.
-
Es el
turno del soñador número cinco –se escuchó por el altavoz del salón-.
-
Bueno,
muchas gracias a todos por estar aquí. Lo mío puede parecer algo complejo pero
lo resumiré así: soñé que soñaba con mi padre.
-
Un sueño adentro
de otro sueño, como en Las ruinas circulares de Borges –susurró un
participante- .
-
Pero también
soñé con Ochoa –siguió el soñador número cinco-. Sin él no me hubiera dado
cuenta de que había estado en un trance. Y de no ser por el timbre de casa,
todavía estaría sumergido en el último sueño, ¿o en el primero? No fue hasta
bien entrada la tarde en que comencé a recordar que había soñado un sueño adentro
de otro. Y fue como sacar, una por una, las capas de una cebolla. En la primera
representación estábamos mi esposa y yo. Íbamos por la vereda, conversábamos no
sé de qué, hasta que le dije ¡Allá está papá!, ¿lo ves?; Es cierto, me
contestó. Mi padre tenía los ojos celestes clavados en las flores que regaba
cada día asomándose por la ventana. Le gustaban mucho las plantas a mi padre…
Un melancólico asistente sacó un
pañuelo del bolsillo de la camisa y se sonó la nariz de modo estruendoso.
Alguien lo hizo callar con un chistido largo y enfático.
-
… Tenía mi
padre una mano especial en cuestiones de jardinería: lo que plantaba, prendía.
Así con los rosales, con los malvones, con las calas y con los zapallitos
italianos y también con los puerros y con los hinojos. En el sueño estaba él
tan ocupado con su tarea, tan en otro mundo, que estoy seguro de que no
advirtió de que mi esposa y yo pasábamos tan cerca suyo, pero a la vez tan
lejos... De Ochoa diré que jamás lo había visto antes...
Soñar con desconocidos también era habitual.
-
… de que
apareciera en mi casa, en mi habitación, a los pies de mi cama. ¿Ochoa? ¿Quién
es?, le dije a mi amo de llaves cuando lo anunció, porque hasta eso de tienen
de bueno algunos sueños, que vienen con amo de llaves y todo. Si permití o no que
Ochoa entrara a mi casa aun no lo recuerdo, pero lo hizo y fue determinante.
Ganados por la curiosidad,
algunos conferencistas se pusieron de pie para escuchar lo que faltaba del
relato.
-
Ochoa fue decisivo
para darme cuenta de que algo no encajaba. ¿Por qué llora?, me preguntó. ¿Yo?
¿Le parece que estoy llorando? Sí, véalo usted mismo después de pasarse las
palmas de las manos por los ojos. Ochoa no mentía. Estaban mojadas de sal y de
angustia. Después tomamos café y Ochoa insistió con saber el origen de esas
lágrimas, aunque tuve la intuición de que él lo sabía de antemano. Escuche Ochoa
o como se llame, recuerdo que le dije, es usted quien vino a mi casa. Vine para
ayudarlo, me contestó. ¿A qué? A que se dé cuenta de por qué está tan demacrado
y triste. Vamos, cuénteme, propuso Ochoa. Y accedí. Es que tuve un sueño raro,
le dije. Mi esposa y yo caminábamos por el barrio, y al llegar a la altura de
la casa de mi padre quise acercarme a él pero no pude y él nunca reaccionó.
Creo que ni siquiera se dio cuenta de nuestra presencia. Al terminar este café llamaré
a mi padre para contarle todo esto y seguramente nos reiremos juntos. ¿A quién
piensa llamar?, inquirió Ochoa, con cara de desconcierto. A mi padre, le dije
mientras lavaba el pocillo –ya en ese tramo del sueño, al parecer no tenía amo
de llaves - . Oiga, despiértese de una vez, me dijo Ochoa. Él no podrá
contestarle, al menos en la vida real. ¿Entiende? Ya es hora de que asuma que su
padre ha muerto, aunque vive de otra manera, en los sueños por ejemplo, en las
plantas, en los rosales, en aquellos ojos celestes que seguramente eran tan
bellos como muchos recuerdan…
En la sala se escuchó un murmullo de ésos que suceden al
final de las películas a sala llena.
-
Queridos
colegas –siguió el soñador número cinco- a Ochoa también le debo haberme
despertado del segundo sueño. Todo comenzó con una duda, en medio de tanto
sopor. ¿Qué se olvidó este tipo?, pensé un buen rato ¿o fueron segundos apenas?
hasta que un timbrazo me tomó de las solapas hasta arrancarme de los dos sueños.
Y aquí me tienen. Muchas gracias por escucharme.
…
La ponencia final se escuchó después de la cena.
La asociada 4N anticipó que contaría dos sueños muy
distantes en el tiempo, pero finalmente conectados. En el primero estaba ella,
sentada en el cordón de la vereda, viendo cómo se alejaba un gran amor. Al
principio se sintió desfallecer hasta que desfalleció. Con el tiempo se
recuperó pero siempre invadida por una extraña sensación. Cuatro años después
volvió a soñar con ese viejo amor.
-
Fue un ratito
antes de levantarme. El cartero me entregaba un sobre sin remitente, pero no
era necesario que estuviera firmado. El perfume decía que era él, que era mi
gran amor y que había vuelto. Rompí el
envoltorio con desesperación y lo ayudé a salir del sobre. Porque hasta eso
tienen de bueno los sueños: las personas caben adentro de una carta. Y por fin estuvimos
cara a cara, como si él jamás se hubiera ido.
Este había sido el broche de oro del congreso de soñadores.
Hubo aplausos, llantos emocionados, risas
y sombreros y serpentinas lanzados al aire antes de los primeros acordes
de la orquesta que tocaría hasta el amanecer. Pero la soñadora 4N pidió la
palabra nuevamente. Y la palabra le fue concedida, aun en medio del murmullo
desoncertado del público.
-
Quiero
contarles la última parte de mi experiencia. Aquella mañana, en medio del
sueño, mi gran amor me dijo que los sueños más intensos se hacen realidad ¡si
se los sueña con el alma! ¿Y saben qué? Tenía razón. Yo soñé con el alma. Y ahora
quiero presentárselos, en vivo y directo. Amor, ¿podrías subir al escenario?
Gratamente sorprendido por ser objeto de todas las miradas,
aquel hombre de carne y hueso, con virtudes y defectos -como cualquiera de
nosotros-, fue la prueba irrefutable de que, una vez más, la realidad había
superado a la ficción.
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